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Panamá en diciembre

Comienza diciembre con sus luces, música y ola consumista habitual –se supone- porque circulan los millones de ahorros de navidad, del decimotercer mes, las bonificaciones y demás compensaciones sazonadas con almuerzos, cenas, escapaditas, borracheras, etc. etc. , pero, ¿es normal este fin de año o estamos viviendo un acto de magia o somos mareados por un espejismo?

La serie de escándalos mediáticos parece que no van a dar tregua a la despedida del año viejo, la olla de presión que está encendida por las reformas constitucionales sigue acumulando temperatura, los marginados siguen viviendo en duras condiciones, las minorías continúan reclamando sus justas aspiraciones y la decisión del salario mínimo viene porque viene ¡horror!, como diría una querida colega.

No se trata de sembrar pánico ni alarmismos, sino de tener los pies sobre la tierra en todo momento, de no evadir la realidad cual avestruz metiendo la cabeza en un hoyo, porque igual nos va a alcanzar a todos y ello demanda tomar una dosis de realidad por muy amarga que sea, sino miremos al vecindario, ya aquí cerquita en Colombia, y lo que se está carburando en Costa Rica por el descontento social no atendido.

Estamos al borde de una situación social difícil que puede derivar en una explosión callejera de la que nos vamos a lamentar si no lo visualizamos a tiempo desde el seno de nuestro círculo familiar, vecinal y laboral, donde más nos frecuentamos, aunque a veces parecemos islas de incomunicados rodeados de muchedumbres, basta observar un vagón del metro, clavada la mirada en el aparatito, y ese individualismo es el que nos puede pasar factura porque sin darnos cuenta nos deshumanizamos.

Y a que viene a cuento esto, se trata de pensar “afuera de la caja” como dicen ahora que estamos todos digitalizándonos, ser disruptivo, innovador, porque quienes quieren voltear este país patas arriba lo son, y hay un modelo para hacerlo, con una filosofía estructurada desde hace casi medio siglo por una nueva izquierda que tiene sus entusiastas seguidores y que cree allí hay una solución para acabar con el corrupto estado capitalista.

¿Cuántos conocemos al detalle la obra de Félix Guattari (1930-1992)?, confieso que yo no, pero por lo que ha venido viviéndose estos últimos años en Latinoamérica y también en Panamá vale la pena buscar sus escritos, como “La revolución molecular”, que, para los entendidos, se lee cuatro décadas después como un sistema universal de lucha social y emancipación.

Guattari fue un psicoanalista y filósofo francés de izquierda que en esa obra revisa todas las luchas sociales desde la década de 1960 y, de acuerdo con sus adeptos, “presenta una descripción analítica de las grandes líneas de fuerza que han definido las problemáticas y los objetivos de los movimientos sociales, políticos y sindicales durante los últimos treinta años y de las reestructuraciones que han experimentado las sociedades capitalistas como respuesta al desafío planteado por ellos”.

Concluye con un análisis teórico de diversos aspectos de la crisis del paradigma marxista (ley del valor/representación política) y de las posibles vías para proceder a su síntesis creativa.

¿Y eso qué?, pues resulta que desde su perspectiva, hay que acabar con todo el sistema de creencias que el capitalismo inocula en nuestro pensamiento y ser, o sea, tanto la manera como concebimos la sexualidad, la educación, el cuidado del medioambiente, las reglas del trabajo, de la moral, para este pensador tienen que destruirse desde el individuo y lanzarse a la calle con manifestaciones de violencia organizada y gradual en muchos frentes para expresar las reclamaciones de igualdad y permisividad hasta agotar al Estado de Derecho y desmoronarlo.

Algo así vive Chile, y ya empezó en Colombia, lo advierte Alexis López, un entomólogo y comunicador chileno que trata de poner a pensar a los ciudadanos latinoamericanos para que miren esta perspectiva del “modelo de revolución molecular disipada” que se está gestando a partir de la deconstrucción propuesta inspirado en lo planteado por Guattari y que asegura lleva incubándose en la región desde hace décadas.

Hay quien lo financia, recuerda el caso de Bolivia, donde se detectó rápido quienes eran los agentes extranjeros infiltrados y se les expulsó. Sabemos que en Panamá se trata de ubicar a los “cabezas calientes” detrás de ciertos movimientos anárquicos y de esta nueva izquierda, pero es el ciudadano de a pie el que tiene que ser consciente y pensar como contribuye para que las cosas mejoren, no empeoren, que sus justas reivindicaciones sean atendidas dentro de un Estado de Derecho que lo escuche y responda, pero si permitimos que destruyan el Estado ¿qué queda, quién responde?