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No es el momento

“Divide y vencerás” eso es, sin duda, una de las máximas políticas más antiguas (y efectivas del mundo). Ha sido usada desde los lejanos días de la antigua Roma hasta nuestros días, pasando por personajes como Napoleón o Maquiavelo. Incluso, el mismo Jesucristo la usó cuando respondió a los fariseos en una oportunidad: “Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer”. 

Y es que, a efectos prácticos, este principio implica que un adversario dividido a lo interno es más fácil de derrotar (o conquistar) y, por ende, ante la eventualidad de una contienda (electoral o armada) que pueda ser difícil de ganar, la mejor estrategia posible sería apostar a la fractura interna del contrincante, para así poder ganar.

Pues bien, como lo dije, esto es una estrategia efectiva, por ejemplo, los gobiernos del llamado Socialismo del siglo XXI (Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Brasil y Perú en su momento) llevaron esta máxima hasta el extremo, atomizando y pulverizando a la posible oposición, cuyas fracciones estaban más preocupadas por luchar entre ellas que por vencer al enemigo en común.
Sin embargo, para que esta estrategia política se lleve a cabo necesita combinar una serie de situaciones y elementos, los cuales facilitan la ruptura de una de las partes. 

Uno de estos elementos, sin lugar a duda, es la presencia de un caballo de troya, alguien que, desde una posición de poder, liderazgo o generación de opinión, se encargue de generar acciones que debiliten a la contraparte, pero no desde afuera, sino desde adentro, es decir, haciéndose pasar como miembro del grupo que busca fracturar.

Otro aspecto importante, en el caso de contiendas electorales, es la presencia de varios “líderes o candidatos” cuyo único objetivo es debilitar al principal competidor, restándole votos y apoyo popular, apostando a que las bases duras de su propio segmento basten para ganar. Acá, de nuevo, la presencia de Caballos de Troya e infiltrados es alta y común.

Otro elemento que no se puede dejar de lado y que, sin duda es el más peligroso de todos, es el uso del populismo como elemento divisor. 

Esta estrategia busca crear bandos naturalmente opuestos y enemistados: los buenos contra los malos, los fieles contra los infieles, los blancos contra los negros, el pueblo contra los poderosos, ricos versus pobres, etc. Ahora bien, este tipo de dicotomías encierran, de suyo, un problema inobjetable: estos enunciados maniqueos no sólo debilitan al enemigo, sino que afectan a todo el entramado social e institucional de un país, porque crea bandos irreconciliables entre sí dentro de un país, debilitando las bases mismas que sostienen la institucionalidad, las sociedades y la democracia misma.

Y eso es, lamentablemente, lo que está pasando en Panamá, justo en su peor momento: un grupo está sembrando y reforzando la peligrosa idea de la lucha de clases, los pobres contra los ricos, los empresarios contra el pueblo, los (rabi)blancos contra los negros e indios, aprovechándose del desespero que esta pandemia de Covid-19 ha causado y sumado a los escandalosos casos de corrupción que han debilitado la imagen de un gobierno de origen ya endeble.

Ahora bien, como ciudadanos debemos preguntarnos: ¿todos esos personajes que hablan en nombre del “pueblo” o de los “pobres” en verdad sienten, viven y sufren las necesidades y problemas de los necesitados o lo hacen con un fin ulterior, menos noble y más mundano?

Sembrar en la mente de un pueblo desesperado la idea de: “tú eres pobre porque el otro es rico” o “tú eres pobre porque hay un empresario que te explota y se hace millonario a tus costillas” no sólo es falso e irresponsable, sino que abre una peligrosísima caja de pandora de la cual puede salir un Hugo Chávez, con sus anacrónicas ideas y autoritarismo, que sólo traerán más miseria y más pobreza. Y estos se da porque, parte de la sociedad, más que un líder, busca un vengador.

Así que, cuidémonos de esos lobos con piel de ovejas que, a través del populismo, buscan llevar al país a un enfrentamiento innecesario, perverso y pernicioso. 

Este no es el momento para sembrar odios, este no el momento para impulsar oscuras agendas personales o políticas, no, este es tiempo para luchar por Panamá, para unirnos como un solo pueblo, para apoyar a nuestros campesinos y obreros, pero también a nuestros empresarios, desde el más chico hasta al más grande y pidiendo, todos al unísono, una sola cosa al gobierno: transparencia y una gestión eficiente, ya que la corrupción tampoco debe tener cabida. 

Rechacemos a quienes buscan dividirnos, porque, parafraseando al Señor, un país dividido contra sí mismo, no prospera.